El Cementerio de Astorga está en la calle Negrillo. Eclesiásticamente el cementerio está asignado a la parroquia de Rectivía.
De los números 9 y 10 de la Revista Argutorio recogemos el excelente trabajo de D. Francisco Quirós Linares, Catedrático de Geografía de la Universidad de Oviedo.
La gran mayoría de los cementerios de nuestras ciudades se crearon al comenzar el segundo tercio del siglo XIX, a la vez que se producía el tránsito desde la sociedad estamental del Antiguo Régimen a la nueva sociedad liberal burguesa, dividida en clases. En sus recintos quedaron inscritos los principios rectores de esa nueva sociedad, manifiestos en la segregación social sobre el espacio, en la proximidad de las clases altas a los espacios centrales y simbólicos y en la perpetuación de su memoria mediante enterramientos también “perpetuos”, dotados de textos epigráficos evocadores de la personalidad del difunto y herederos de la tradición clásica. Para las clases bajas quedaban, como en la vida, los espacios más apartados, la fosa común, y el anonimato, la desmemoria de su ser.
A lo largo de 130 años, en los espacios funerarios perduraron con nitidez esos rasgos. Luego, desde 1960, el desarrollo económico abrió un periodo de transformaciones profundas. El valor del suelo y la expansión de las clases medias y altas han presionado sobre los espacios cementeriales (lo mismo que lo han hecho sobre los cascos urbanos), generando un proceso de destrucción y sustituciones que, con frecuencia, ha acabado con la pretendida perpetuidad de la memoria funeraria, hasta el punto de que en algunas ciudades es hoy más fácil ver lápidas romanas que una del siglo XIX.
Ese proceso ha dado al traste con espacios y elementos de notorio valor patrimonial (lápidas, mausoleos, esculturas), producto de oficios artísticos perdidos en las últimas décadas y hoy, por ello, irreemplazables. Cada cementerio es la imagen de la sociedad que lo ha creado, y dice sobre ella no menos que el espacio urbano edificado. De ahí su valor, no sólo patrimonial, sino también documental; de ahí también la conveniencia de que los astorganos vean lo que queda de su antiguo cementerio como algo más que un simple espacio de ineludibles servicios funerarios. Ciertamente, el de Astorga no es el cementerio de Génova, ni el del Pere Lachaise de París, ni el de San Isidro en Madrid; tampoco nuestra catedral es el Vaticano, y no por eso es tenida en menos, ni carece de significado.
Dicho esto, vamos a ver, con brevedad, algunos datos básicos sobre el Cementerio antiguo de Astorga, obtenidos del Archivo Municipal y de la observación visual; sería conveniente, pero quede para más adelante, examinar el Archivo Diocesano y la prensa astorgana.
I. EL PROCESO DE CONSTRUCCIÓN.
Al menos desde el siglo XVI se extendió en España la costumbre de enterrar en el interior de las iglesias; costumbre que no comenzó a desterrarse sino en los años finales de la Ilustración, para quedar definitivamente abandonada con motivo de la epidemia de cólera de 1833-1834, en previsión de cuyos efectos se dictó la Real Orden de 13 de febrero de 1834 que, reiterando otras anteriores, obligaba a construir cementerios “rurales”, es decir, alejados de los cascos de población. En el caso de Astorga el nuevo Cementerio se bendijo el 27 de abril de 1835, clausurándose entonces los cementerios parroquiales y el del Hospital de San Juan, en Rectivía, pronto conocido como “Cementerio Viejo”, las huellas de cuya traza hexagonal han llegado hasta nosotros.
El terreno fue cedido por el Cabildo y, debido las circunstancias, la obra se hizo con precipitación, quedando sin concluir el frontis y la cerca. No conocemos el proyecto, si es que lo hubo, pero sí un croquis, sin fecha, ni escala, ni nombre de autor, conservado en el Archivo Municipal entre los papeles de la Junta de Sanidad de 1832-34. Presenta una planta cuadrada y una puerta neoclásica, que se corresponden con lo que se hizo; no así la distribución interna, inspirada aún en los principios de la sociedad estamental, pues distinguía espacios para sacerdotes, religiosos, “nobles y personas distinguidas”, y “gentes decentes y de conveniencia”, sin mencionar al resto.
A fines de 1841 el Cementerio estaba abandonado en “ornato y decencia”, se estaba arruinando la cerca, y no se encontraban en él “señales de tan santo lugar”, por lo que el Ayuntamiento decidió adecentarlo, a la vez que se terraplenaba el camino desde Puerta Rey, mediante facendera.
El recinto construido en 1835 nos es conocido a través de un plano de 1860. De planta cuadrada, sus lados medían 71 metros, lo que supone una superficie de 5.041 m2. Según el Censo de 1857 Astorga tenía 4.804 habitantes, por lo que suponiendo una mortalidad de 35 por mil, se producirían 1.680 defunciones en diez años. La capacidad del Cementerio, descontados los espacios de paso, y calculando 2,75 m2 por sepultura (según las medidas del Reglamento de 1868), se hallaría en torno a 1.600 tumbas de adulto individuales. Aun teniendo en cuenta que los enterramientos de niños ocupaban menos espacio y que representaban entonces una proporción muy alta del total, resulta evidente que el funcionamiento del Cementerio se basaba en una rotación muy rápida de las sepulturas, para evitar la saturación. Para la gran mayoría de la población el Cementerio no resultaba ser un ámbito de perpetuación de la memoria de los difuntos, sino un simple recinto de reducción de los restos humanos, en un proceso que se abreviaba al máximo.
Concebido tan ajustadamente como acabamos de ver, a finales del siglo XIX la ampliación resultaba indispensable, no sólo por el crecimiento de la población, más bien modesto (5.573 habitantes en 1900), y por la creación del Asilo en 1894, con 80 acogidos, sino, sobre todo, por el mantenimiento de una altísima tasa de mortalidad, que al acabar el siglo alcanzaba el 36,6 por mil, con 200 defunciones al año, fruto de las malas condiciones higiénicas de la ciudad.
El Ayuntamiento, que a fines de 1896 acordó sacar piedra de la muralla, junto a la Plaza de Toros de entonces, para llevar a cabo la ampliación, compró en 1897 un terreno de 2.513 m2 a espaldas de la capilla del Cementerio, para ensancharlo. Las paredes, de piedra sentada con barro, se acabaron en el mes de abril de 1899, pero la traza interna no se hizo hasta final de año, y a partir del 31 de Diciembre pudo comenzarse a enterrar. La ampliación supuso derribar la cerca en el lado opuesto a la entrada, resultando una planta rectangular de 71 por 170 metros, con lo que la superficie subió a 12.00 m2.
Pese a la experiencia previa, la distribución se hizo de forma inadecuada, reservando poco espacio para los pobres y demasiado para las clases acomodadas, de modo que a fines de 1903 ya estaban agotadas todas las sepulturas de 4ª clase (se desperdiciaba además el terreno), lo que obligaría a una reordenación. En contraste, las clases superiores dispusieron, en ocasiones, del terreno que estimaron conveniente, sin control municipal: en 1923, de un total de 159 concesionarios de sepulturas perpetuas, sólo de 66 se sabía cual era la superficie concedida inicialmente, sobre la cual, en conjunto se habían excedido en un 70%; exceso del que casi la mitad correspondía a ocho familias destacadas, más el Cabildo y los Redentoristas. En un caso extremo una familia había ocupado un terreno equivalente al 670% de lo concedido.
Ya en el siglo XX, la aceleración del crecimiento demográfico, que compensó el retroceso de la tasa de mortalidad, hizo que la insuficiencia del espacio no tardara mucho en manifestarse, y la Guerra Civil contribuyó a ello. En Marzo de 1938 la Junta Municipal de Sanidad expresaba la apremiante necesidad de la ampliación “por no contar casi con sepulturas disponibles”. El arquitecto municipal, Luis Aparicio Guisasola, redactó rápidamente el proyecto, previendo la ampliación por el lindero del Norte. En Agosto sólo quedaban vacantes unas 60 sepulturas, y la urgencia de la ampliación llevó al Ayuntamiento a solicitar de la Inspección de Campos de Concentración 30 prisioneros de guerra para ejecutar las obras, lo que fue denegado por el Coronel Inspector porque el salario ofrecido por el Ayuntamiento para los presos era “inferior al jornal ordinario” establecido al efecto. Las obras se ejecutaron por administración, incluyendo la construcción de un nuevo Cementerio Civil.
Sin duda la Guerra Civil contribuyó a la urgencia de la ampliación; a los muertos por heridas de guerra en los frentes y hospitales (en la misma Astorga hubo un Hospital de sangre, que ocupó los locales del reciente Instituto de Enseñanza Media, suprimido por el Gobierno de los sublevados) se añadirían los fusilados, en número no conocido. En el Libro Registro del Cementerio consta el entierro de cadáveres de personas de las que explícitamente se dice que fueron ejecutadas, o se infiere sin duda alguna. De otros, ejecutadas aquí, en León, o en otros lugares, no se menciona la causa real de la defunción, y aún habría que añadir los prisioneros fallecidos de muerte no violenta en el Campo de Concentración de Astorga (en la Prisión Central de Astorga había, en octubre de 1941, 4.728 reclusos). De la entidad de todo ello puede dar idea, aunque vaga, una estadística de las sepulturas arrendadas entre 1904 y 1968 que se conserva en el Archivo Municipal. Según la misma, en ese periodo se arrendaron 142 sepulturas, correspondiendo una media de 5,6 arrendamientos anuales al período 1930-1939, y de 4,75 al de 1940-1949, mientras que para los demás años la media es de 1,04. Aunque se trate de un indicador precario, no deja de expresar la importancia del fenómeno, que sería más evidente si los datos fueses anuales en vez de decenales.
La ampliación de 1938 dio a los lados menores de la cerca una longitud de 110 metros, manteniéndose la de los mayores; resultó de ello una superficie de 18.700 m2, que cubrieron las necesidades hasta que se hizo necesaria una nueva ampliación, inaugurada en el año 2000, de la que no nos ocuparemos aquí.
II. LA CERCA Y EL VIARIO
La cerca.- Cuando se construyó el cementerio, en 1835, la cerca quedó sin concluir, por lo que, para evitar que se arruinase, en 1842 fue necesario rematarla y bardarla. La puerta, en cambio, no se consiguió terminarla hasta 1867; en ese mismo año se hicieron en los muros los huecos de medio punto que hoy vemos, de 0,60 m de radio, cerrados con verjas de hierro forjado (obra de Máximo Redondo), formadas por 8 radios cilíndricos que se insertan en dos pletinas semicirculares concéntricas; hoy existen 15 (cuatro en la fachada principal, ocho en el muro lateral derecho y tres en la pared trasera), aunque algunos pueden ser posteriores a 1867, y otros no se hallan en el lugar original, pues se trasladaron en 1899 y 1938.
Los huecos de medio punto mencionados, a los que en la época se alude con el nombre de “ventana” o “mirador”, no podían tener la función que se deduce de esos sustantivos, tanto por la escasa altura a la que se hallan como por la inverosimilitud de que existiera la necesidad de ver el camposanto desde el exterior; en realidad debieron concebirse para aumentar la aireación en una época en la que el breve plazo que transcurría entre el entierro y la exhumación hacía constantes las mondas, creando una atmósfera insana.
El viario interno.- Al tener planta cuadrangular resulta muy probable que el primitivo Cementerio se concibiera dividido en cuatro cuarteles iguales, definidos por dos calles perpendiculares entre sí, más cuatro perimetrales; así aparece en el proyecto de capilla de 1860, aunque parece ser que el trazado no tuvo la regularidad deseable. En la intersección de las dos calles se hizo una pequeña glorieta, con un crucero de piedra, seguramente trasladado desde otro lugar, pues en 1842 el Ayuntamiento acordó concluirlo, haciendo las gradas que faltaban y poniendo “nueva cruz”.
Los cuatro cuarteles, de unos 1.100 m2 y 400 sepulturas cada uno, resultaban de dimensión excesiva y, al carecer de replanteo, se dio pie a una notable irregularidad en la distribución de las sepulturas; defecto que se trató de corregir a partir de la ampliación de 1899, al definirse la planta, no sólo de la parte nueva, sino también de la antigua, aunque, como aún hoy se aprecia, no se consiguiera totalmente. En esa planta se señalaba que en la parte nueva, y simétricamente respecto a la glorieta del crucero, se dejaría otra de iguales dimensiones, en cuyo centro se colocaría el mausoleo dedicado por la Cruz Roja a los muertos de las guerras coloniales. Equidistante de ambas, la capilla centraría una tercera glorieta, mayor.
A partir de entonces fueron definiéndose con claridad los dos paseos principales de la parte más antigua, tal como los vemos hoy, procurando respetar el mayor número posible de sepulturas perpetuas, que eran entonces unas 30. A la vez, la que había sido la calle perimetral trasera, centrada en la capilla, pasaba a ser la calle más amplia del Cementerio, divisoria entre el espacio antiguo y la ampliación. El plano de la traza de ambos espacios fue aprobado por el Ayuntamiento el 30 de Noviembre de 1901, junto con otro del perito práctico Vicente Cabezas, que clasificaba las cuarteles por categorías, a la vez que se les ponía nombre. No mucho más tarde se plantarían los cipreses hoy existentes, los cuales, aparte de su papel ornamental, servían también para definir mejor las calles.
III. LA CAPILLA
En un principio el Cementerio careció de capilla, y aunque en 1840 se acordó construir una, no llegó a hacerse. En marzo de 1860, en consideración “al malísimo estado en que se encuentra el Cementerio General de esta ciudad, reducido sólo a cuatro paredes, sin resguardo ni abrigo para el depósito de cadáveres, completamente insano, y sin ninguna condición propia de los locales de este género, con el fin de mejorarle en lo posible, toda vez que un vecino de esta ciudad ha puesto a disposición del Ayuntamiento cuatro mil reales para el objeto referido y que el Ilmo. Prelado de la Diócesis se halla dispuesto a entregar otros mil para el mismo fin, se acordó que, sin perjuicio de lo que se determine en su día respecto al régimen y gobierno del Cementerio, se edifique desde luego en él una Capilla en donde puedan depositarse los cadáveres que se conducen a aquél lugar, y celebrarse en ella el Santo Sacrificio de la Misa”.
El 31 de marzo, ya estaban hechos el plano y presupuesto (12.000 reales) de la Capilla, firmados por Ramón García Carreño, maestro de obras formado en la Escuela de San Fernando, quien diseñó una capilla neoclásica, con planta octogonal y cubierta abovedada, con armadura de madera, y una verja de hierro forjado para la puerta. El 20 de abril de 1860 se adjudicaron las obras, que no se ejecutaron totalmente conforme al plano, pues cuando ya estaban hechos los cimientos de cuatro de los lados se decidió darle mayor radio, con lo que la liquidación final ascendió a 13.415 reales ( 21 de septiembre de 1861 ). La diferencia hasta esa cantidad la anticipó el Ayuntamiento, que esperaba reintegrarse con el producto de las sepulturas, “que desde el último verano se cobran por el Capellán del Cementerio”, según acuerdo entre el Ayuntamiento y el Obispo.
Una vez acabada la obra se cambió la cubierta, forrándola con planchas de plomo; en enero de 1862 ya estaba concluida. Pero en enero de 1867 el viento levantó la mayor parte de las planchas, por lo que se optó por hacer una media naranja de pizarra; a la vez se añadió un pórtico que “remedie en lo posible la pequeñez de la capilla”, la cual fue reparada en 1986, colocándose vigas de madera y renovándose la pizarra de la cubierta, además de chapar de piedra el zócalo, reconstruir el porche, y poner acera.
En cuanto a la ornamentación interior, en 1860 se hizo aprovechando los restos del altar de la capilla de Santiago, y se encargó a Celestino García “retocar el Crucifijo, los cuadros del altar de Santiago, el de la Concepción, que han regalado los Sres. de Valcarce, y otro de la Coronación de la Virgen que ha dedicado a la Capilla el Sr. Presidente, así como pintar la mesa de altar y retablo con un cuadro de ánimas para colocar en el trono del Santo Cristo”.
Además se destinaron al Cementerio los útiles y ropas del oratorio de la Corporación municipal, que ya no se utilizaban.
IV. LA REGLAMENTACIÓN DEL USO
La primera reglamentación del Cementerio se hizo en 1841, al establecerse las obligaciones del capellán y de los sepultureros (eran dos, uno del Hospital de San Juan y otro de la ciudad), según un texto aprobado por los párrocos y un delegado del Obispo. En resumen, la conducción de los cadáveres era competencia del capellán, quien además debía vigilar que las sepulturas tuvieran la profundidad suficiente y observar si los enterradores cumplían con sus obligaciones. Se trata de un texto muy breve y vago, que no fijaba expresamente los aranceles, las categorías ni las características de las sepulturas, no determinaba a quien correspondía la percepción de los derechos, etc; imprecisiones que daban lugar a conflictos.
Por esa razón, el Ayuntamiento encargó a los concejales Juan de Dios Carrero y Jerónimo Núñez la redacción de un Reglamento, que se aprobó el 29 de Junio de 1868. Con él se pretendía corregir los abusos de los sepultureros “en el modo y forma de hacer los enterramientos”, y mejorar la situación del Cementerio, el cual, merced a algunas reformas hechas, “ya no presenta el aspecto repugnante que ofrecía”.
Especificaba el Reglamento que las sepulturas tendría 2 m de largo por 0,85 de ancho (más 0,50 m de separación por cada lado) y un metro de profundidad, siendo renovables por períodos de siete años, sin que se pudiera hacer otra inhumación antes de transcurrido ese plazo. El capellán cobraría los derechos establecidos por acompañar los cadáveres desde la Parroquia respectiva hasta el Cementerio, cuyo mantenimiento correría a cargo del presupuesto municipal, en el que se incluirían los ingresos calculados por los derechos de sepultura.
El cuidado y limpieza del Cementerio, y la plantación de árboles, eran tareas de los enterradores, quienes también tenía la obligación de amortajar los cadáveres, velarlos en las casas o en los depósitos, y cuidar de la cera el día del entierro y honras, así como vigilar que las lápidas tuvieran las dimensiones establecidas, y de que, al colocarlas, no sobresalieran de la superficie del suelo.
En cuanto a las categorías de las sepulturas, las establecidas en el Reglamento se hallan mejor definidas en los escasos documentos de cobro que se conservan, limitados a parte de los años 1873 y 1874; pueden verse en el Cuadro adjunto. A ellas habría que añadir los aranceles del capellán.
De estas tarifas se deduce que los entierros de las primeras categorías se hacían con caja cerrada; los demás, obviamente, son los entierros de 4ª clase, para pobres (quedando exentos de pago los que fuesen de solemnidad); los que llevaban caja descubierta se entiende que eran transportados en una caja de uso colectivo y que, por tanto, eran enterrados sin ella, tal como era práctica común en muchos pueblos de esta región, y de otras, aún muy entrado el siglo XX.
Los entierros de 1ª y de 2ª, como se ve en el Cuadro, sólo sumaban el 12,2% del total, y únicamente los de esas clases es probable que renovasen el derecho de uso de las sepulturas de forma más o menos prolongada; para el 87,8% que se acogía en las sepulturas de 3ª y 4ª clase no habría renovación, ni lápidas, y sus restos serían llevados al osario transcurridos siete años. Por eso las mondas eran continuas y el Cementerio no sólo insano, sino, con toda probabilidad, pavoroso; tanto más si, como es muy probable, los pobres eran enterrados en fosas comunes, como se hacía en tantas ciudades. Induce a creerlo el hecho de que en la propuesta de uso del espacio aprobada en 12 de Noviembre de 1899 se explicitase que en el de 4ª clase se sepultaría a las pobres y a los cadáveres procedentes de los Hospitales y Asilo, y no se permitiría colocar allí lápidas, cruces ni verjas de ninguna clase; prohibición de individualizar la sepultura que no podía tener más fin que facilitar las operaciones de monda en un enterramiento colectivo.
En 1894 se aprobó un nuevo Reglamento; no conocemos su texto, ni la existencia de ningún otro, hasta el de Septiembre de 19751.
V. TIPOS DE SEPULTURAS
Inicialmente se usaron tan sólo sepulturas en el suelo, sin obra de fábrica; algunas podrían cubrirse con una losa que descansaba directamente sobre la tierra, sin que la perspectiva estuviera cortada por ningún mausoleo, cuya introducción fue tardía. El Reglamento de 1868 hace referencia expresa a la “edificación de panteones perpetuos”, previa instancia especificando el número de metros cuadrados que se quería adquirir. Es probable que el Reglamento se refiera no a panteones propiamente dichos, sino a simples enterramientos múltiples a ras de suelo, como son todos los antiguos que se conservan. A partir de los finales del siglo XIX las lápidas comenzaron a colocarse sobre un breve realce, pero no hay en Astorga panteones con bóveda subterránea, y sólo tres en forma de capilla, ya del siglo XX.
Hacia 1850 comenzaron a edificarse nichos para recoger restos procedentes de sepulturas en el suelo, y de esa época conocemos algunas solicitudes para hacerlos; el propio Ayuntamiento construyó unos 20. Era sepulturas de calidad, pues las ocuparon miembros destacados de la burguesía, pero en 1901 se acordó suprimir los nichos “por el mal efecto que producen” dado que se hallaban en estado ruinoso; a sus propietarios se les concedió una sepultura de 1ª clase para trasladar los restos. Únicamente se salvaron, por razones desconocidas, los dos pequeños edículos neoclásicos adosados a la tapia, a izquierda y derecha de la puerta de entrada, cuyas lápidas (las más antiguas del Cementerio) están fechadas en 1848 y 1858, respectivamente, si bien, dado que sólo amparan restos, se harían al menos siete años después.
VI. EL CEMENTERIO NEUTRO
El carácter confesional del Cementerio acabó, como en otros lugares, por plantear conflictos, no exentos de escándalo. El 25 de Diciembre de 1878 falleció Don Manuel Ochoa Rodríguez, y el Obispado se negó a que fuera sepultado en el Cementerio, a causa de las ideas que había profesado en vida; sus familiares hubieron de enterrarlo en una finca de su propiedad, en Piedralba.
Como consecuencia, se acordó construir de inmediato un “Cementerio Neutro” junto al General; iniciado en 1879, no se acabó hasta 1883. No sabemos cuando tuvo lugar el primer entierro civil, pero sí que el 24 de Septiembre de 1892 murió Don Esteban Ochoa (hijo de Manuel), también fuera de la Iglesia Católica, y que, por seis votos contra dos, la Corporación Municipal acordó no asistir en cuanto tal al entierro, por considerarlo un acto contrario a “la Religión del Estado”, aunque el Síndico rogó a todos los concejales que asistieran a título particular2.
El ámbito de ese Cementerio Neutro, y sus tumbas, quedaron incorporados al Cementerio General al hacerse la ampliación de 1938, que lo englobó. Hoy quedan de él, como únicos restos, la puerta, hecha en 1899, y hoy sin uso, y las sepulturas de Don Manuel Ochoa y su hijo Esteban (1892), de Don Primo Núñez Nadal (1909) y de Don Leoncio Núñez Nadal (1924); las tres, que se hallan en el hoy llamado Cuartel de San Felipe, carecen de símbolos religiosos y están orientadas hacia la puerta que fue del Cementerio Neutro, mientras que las circundantes lo hacen en dirección opuesta, hacia la capilla.
VII. LOS ELEMENTOS PATRIMONIALES
Hasta la época del desarrollismo fueron acumulándose en el Cementerio astorgano elementos que, por su interés estético y epigráfico, o por la significación de aquellos a quienes se dedicaron, han adquirido un interés que justificaría su preservación. Tanto más cuanto que desde 1960, aproximadamente, se produjo una ruptura radical de los modelos, de las técnicas e incluso de los materiales empleados.
En efecto, hasta la apertura del ferrocarril de Galicia dominó el uso en las lápidas de la piedra local; desde ahí hasta el desarrollismo se impusieron los mármoles blancos, de origen lejano, trabajados en talleres de La Coruña, Orense, etc y, ya tardíamente, en el taller astorgano de Lois. A partir de 1960 se imponen los granitos pulidos, grises o negros, y se adopta un modelo de panteón más realzado, creando un paisaje diferente, por la coloración y la volumetría, que va invadiendo los cuarteles antiguos. Por otro lado, las inscripciones se simplifican (Familia Tal), y la letra incisa es sustituida por la letra adhesiva prefabricada; en los casos extremos aparecen elementos ornamentales de plástico, de estética kitsch, que aumentan la violencia del contraste.
Sería conveniente que la parte del Cementerio antiguo mejor conservada, y de mayor interés, no siguiera degradándose, evitando la expansión en ella de los modelos en uso, manteniendo en su lugar las lápidas de mayor interés, y procurando que las sustituciones que sea razonable hacer se hagan de forma congruente con el entorno. El espacio que convendría preservar aparece representado, grosso modo, en el croquis adjunto; además, en otros cuarteles hay elementos de interés, una parte de los cuales podría conservarse en su lugar, sobre todo si están abandonados, y otra podría recogerse si se plantea la renovación del uso. No podemos hacer aquí una relación pormenorizada; solamente citaremos, a título de ejemplo, unos pocos elementos singulares.
Pese a hallarse muy deteriorados y haber perdido la mayor parte del enlucido, hay que citar los dos edículos3 neoclásicos a derecha e izquierda de la puerta, dados su estilo y su antigüedad. En el cuartel 8-14, los excelentes conjuntos de enterramientos de los Rodríguez de Cela y los Lasal-Suquilvide reúnen algunas de las piezas epigráficas de mayor valor, hechas en su mayor parte en talleres foráneos. En el cuartel 9, la excelente escultura que simboliza la muerte en forma de ángel que porta una antorcha caída; en el cuartel 25 el panteón de los Gullón (cuya columna truncada ha derribado el viento), o el de los Goy; en el cuartel de San Felipe, el hermoso cipo modernista de Don Primo Núñez, etc. Por último, debieran recogerse dos lápidas en verso existentes en los cuarteles 2 y 23, manteniendo en su lugar las del coronel Blanco de Cela (cuartel 14) y la del alcalde Pineda (cuartel 15), representativas de esa práctica epigráfica, difundida en la época del Romanticismo.
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1El Heraldo Astorgano a principios de 1899 publicó el Proyecto de Reglamento de 1898 en cuatro números, el 7, 8, 11 y 13, además de un artículo editorial en cuatro entregas (números 12 a 15) sobre El Derecho General Mixto y los Cementerios Católicos. Ambos textos se reproducen en las páginas siguientes.
2Acta del pleno del Ayuntamiento de Astorga celebrado el 29 de septiembre de 1892, sesión extraordinaria con motivo del fallecimiento del concejal D. Esteban Ochoa.
«Es público que el concejal Señor Ochoa falleció fuera del seno de la Iglesia Católica, y que su entierro es puramente civil, en cuyo caso la Corporación Municipal no puede asistir como tal, por muy sensible que le sea, a un acto contrario a la Religión Católica, Apostólica, Romana, que es la Religión del Estado, cualquiera que sean las opiniones de sus individuos, cuyo proceder se halla marcado en el artículo once de la Constitución.
Contestó el Señor Alonso Rodríguez que el obsequio se hace a la persona y no a las ideas que profesaba, y que por lo tanto debe asistir el Ayuntamiento a su entierro en la forma que lo ha hecho a los demás concejales que han fallecido. El Señor Síndico se adhirió a lo indicado por el Señor Alcalde extendiéndose en consideraciones acerca de la consideración que merecía el finado a todos sus compañeros de Municipio y el profundo sentimiento que a todos causaba el no poder asistir en Corporación pero que rogaba a todos su asistencia particularmente a fin de acompañar al cadáver a su última morada.
Discutido el punto y pedida votación nominal se verificó ésta, resultando que seis señores concejales votaron porque no se asistiese al entierro como Corporación, contra dos que votaron porque debía asistirse en igual forma que a los demás concejales fallecidos.
Quedó acordado la no asistencia en Corporación.
Contra este acuerdo protestaron los dos concejales que votaron en contra señores Alonso Rodríguez y Alonso Franco.»
3 Rae. Edículo. (Del lat. aediculum). 1. m. Edificio pequeño. 2. m. Templete que sirve de tabernáculo, relicario, etc