En los Juegos florales, celebrados en Astorga en 1900, se premió una memoria titulada “Renacimiento Industrial de Astorga”. Su autor, el polifacético Santiago Alonso Garrote. Entre las numerosas propuestas que presenta, para revitalizar la industria en la ciudad, con especial incidencia en el chocolate y las mantecadas, están los nuevos regadíos con embalse en Argañoso, mejoras en La Moldería Real, y modernización de los molinos de la misma. Incluía nuevas y pequeñas industrias, como la transformación de productos agrícolas en mermeladas, jarabes, o polvos promoviendo el cultivo de frambuesas -hoy tan de moda- espárragos, alcachofas y otros. Así mismo apuntaba como posibles negocios la incubación artificial para diversas aves, piscifactorías o baños públicos y termales como la potenciación de La Forti.

Un año después, Alonso Garrote, por entonces Jefe de Sección de Vías y Obras en los “Ferrocarriles de Madrid, Cáceres y Portugal y del Oeste de España”, línea llamada en Astorga del Oeste, decidió publicar la memoria premiada; salió a a luz en la “Imprenta Librería y Encuadernación de la Viuda e Hijo de López”; este López, era don Lorenzo, padre de don Porfirio el fundador de “El Faro”, y abuelo de Lorenzo López Sancho. Los consejos de don Santiago no sé si fueron seguidos por los astorganos, aunque hemos de anotar hubo unas décadas inmediatas de resurgir económico de la ciudad, teniendo como eje dinamizador el I Centenario de Los Sitios.

A pesar de no tener completa la documentación, no me resisto a silenciar un proyecto, una propuesta de negocio un tanto singular, y acaso disparatado que, al final, no fraguó y que hemos de relacionar con las ideas propugnadas por Alonso Garrote. Era la instalación de una especie de “Piscifactoría”, si bien nos ha de llamar la atención el lugar elegido para ello que, sin duda alguna, no era el más idóneo. El proyecto no pasó de un mero intento.

En la sesión del Pleno municipal del día 9 de noviembre de 1907, presidido por el titular don Paulino Alonso Lorenzana, se expone y trata la insólita solicitud. Está firmada por José Fernández Villabrille, y en ella solicita que el Ayuntamiento como propietario, le arriende, por espacio de tres años, “la charca conocida como La Cagaya”. Aquella charca que algunos conocimos como una mínima lagunilla allá por los años 50, a principios del siglo XX era mucho más extensa. Ocupaba buena parte de lo que hoy son las calles de La Sequeda y Peña Trevinca, así como los edificios adyacentes a las mismas. Era, en definitiva, una laguna bastantes extensa que se alimentaba, esencialmente, de las aguas pluviales y de un pobre manantial que surgía a la vera del cerro que daba paso a la zona de los depósitos; al pie de la fuente se habían instalado diversas piedras para mejor acomodo de las lavanderas, a la vez que la laguna servía como abrevadero para los ganados de Rectivía.

El objetivo del arriendo de la charca era que Villabrille tenía la intención de echar en la laguna diversas clases de peces -que no especifica en la solicitud- para explotar la pesca, en exclusiva, en los tres años que durara el arrendamiento. Tan curiosa -algún edil calificó de descabellada- proposición se puso a discusión de los miembros corporativos. Leoncio Nuñez, que ejercía en aquellas fechas como concejal-síndico, y por tanto el más obligado e involucrado en la salvaguarda de los intereses del común expresa su opinión: Dice que en primer lugar habría de tenerse en cuenta lo que al respecto se legislaba a través de la Ley de Pesca, puesto que en este caso habría de procederse según la misma. Y por otra parte que no se podía dejar de lado los derechos adquiridos que tenían los labradores en La Cagaya. Otro aspecto, nada baladí, que habría de contar a la hora de proceder en el Ayuntamiento, era el derecho de las lavanderas que concurrían a esa laguna.

En el debate que se celebró en la sesión, se hizo saber que José Fernández Villabrille, el solicitante de tan original idea, en absoluto se oponía a que el ganado continuara abrevando en la charca y, mucho menos, a que las lavanderas siguieran ejerciendo su profesión; que él solamente estaba interesado en la concesión de la pesca que pudiera conseguir en los tres años que proponía como arrendamiento.

Otro concejal, en este caso Federico Alonso Garrote, advierte a los corporativos de los peligros y serios problemas que pueden plantearse con esa concesión, vistas las utilidades que tiene la laguna. La insalubridad de la pesca es segura si el lavadero continúa utilizándose por la contaminación que ello puede originar en las aguas. Y si los peces, dice el concejal, son insalubres ¿qué pasará con la salud de las personas que los consuma? Vistas las intervenciones de los dos sesudos munícipes, la Corporación acordó que el asunto pasara a estudio de las comisiones de terrenos y de sanidad y emitieran los correspondientes informes. Y aquí dejamos el asunto; por razones que no van al caso no hemos podido revisar las actas de 1908 -que haremos en su tiempo- pero los informes debieron ser negativos, pues la “charca de La Cagaya” y su piscifactoría, arriendo o explotación, nunca vuelve a citarse. Proyecto, pues, fallido.

Martín MARTÍNEZ

El Pensamiento Astorgano, Julio 2009, nº 11.277.