No podemos preciarnos de Cofradía antigua, pero de otras cosas si.

En primer lugar, de que la Procesión de Ramos es la más antigua de la Iglesia. Existía ya en Jerusalén por el siglo V; luego, pasó a Oriente (s.V) y a Occidente (s.VI y VII). En el s. X se extiende por todas partes. Nace como una necesidad del pueblo cristiano de repetir y repasar los pasos que dio Jesús en los últimos días de su ida, uno de ellos entrar triunfante en Jerusalén. En la Edad Media toma un carácter de representación dramática, y comienza a llevarse en la procesión la imagen de Jesús, la borriquilla, etc.

Foto Jrf, abril 2006 En segundo lugar, es la de Ramos, la primera y la principal de todas las procesiones. Es la única procesión litúrgica de Semana Santa, y la que aporta el verdadero sentido que debe tener cualquier procesión: el de nuestra entrada con Cristo en la Gloria. Las procesiones no litúrgicas tienen un valor puramente psicológico, y su eficacia depende sólo de las disposiciones de quien en ellas participa; pero la Procesión de Ramos tiene una eficacia eclesial, es acción litúrgica.

Otra característica hemos de estacar. El Domingo de Ramos se apoya en dos pilares: la solemne procesión en honor de Cristo Rey, y la Misa. Es como una síntesis y un pregón de toda la Semana Santa y del Misterio Pascual. Comienza con el anuncio del triunfo (entrada en Jerusalén-procesión), y termina con la Resurrección, pero pasando por la Pasión, en la que nos introduce la Misa del día. Los dos polos de “sombra y de luz, de muerte y de vida, de cruz y de resurrección”, que son esencia de nuestro peregrinar siguiendo el camino de Cristo.

Participar en la Procesión sin participar en la Misa, no tiene sentido. Precisamente, buscando el que nosotros los de Rectivía cayéramos en la cuenta de esto, el Sr. Obispo vino aquí algunos años participando en la Procesión y en la Misa. La Procesión nos anuncia el triunfo, pero sólo a través de la Pasión (Evangelio de la Misa) podremos llegar al triunfo de la Resurrección.

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*Del número 125-127 de la Revista Excelsior de marzo-mayo de 1992.