En el editorial del último número sugeríamos la conveniencia de cambiar el nombre de “campamento” por otro más adecuado que intentara al menos reflejar todas las actividades que se piensan desarrollar en Boisán. No es fácil acertar. Con frecuencia en estos casos, más que una búsqueda, es una intuición la que resuelve. Realmente muchos ratos estuvimos pensando, pero el nombre no llegó. El domingo, al escuchar la lectura del profeta Ezequiel, una palabra resonó de una manera especial: ATALAYA.
El diccionario da varias acepciones:
- Torre en lugar alto para registrar desde ella el campo o el mar y dar aviso de lo que se descubre.
- Cualquier eminencia o altura desde donde se descubre mucho espacio de tierra o de mar.
- Hombre destinado a registrar desde la atalaya y avisar lo que descubre.
- El que atisba o procura inquirir y averiguar lo que sucede.
- Estado o posición desde los cuales se aprecia bien una verdad.
Sin duda no es la palabra que buscamos; pero se aproxima. La Real Academia resalta los dos oficios del atalaye: registrar y avisar. Cada uno de los que allí vayan, niño o mayor, será atalaya que examine con detenimiento y cuidado los acontecimientos, las personas, su propia vida, la naturaleza, la verdad ..., para luego, dar aviso.
«A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte. Si yo digo al malvado: “Malvado, eres reo de Muerte”, y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado, para que cambie de conducta; el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre. Pero si tú pones en guardia al malvado, para que cambie de conducta, si no cambia de conducta, él morirá por su culpa, pero tú has salvado.» (Ez. 33,7-9)
Quizás le falta a la palabra atalaya la connotación de silencio, paz, tranquilidad, descanso ..., para indicar aquel lugar que señalaba Jesús cuando dijo a sus apóstoles “venid vosotros conmigo a un lugar tranquilo”. Ese lugar que tanto estamos necesitando hoy, para encontrarnos con la naturaleza, para descubrir en el silencio a los demás, para gozar con los amigos, para descubrirme a mí mismo, y quizás, quizás ... para encontrar a Dios.
Nota.- La intuición que uno no tiene puede tenerla otro. Esperamos sugerencias. A ver si entre todos acertamos con el nombre.
Revista Excelsior n.º 107, septiembre 1990.