En el espacio superior central de la fachada, concluimos la lectura de lo representado en unidad con lo significado en la alfombra de la solería del piso y con la misma puerta principal de acceso al templo. Sobre ella, la representación de otra puerta que se abre por dos ángeles, estas puertas con las figuras del Tetramorfos, nos dejan ver el Cordero inmaculado, como un haz luminoso, sobre un montículo de donde brotan cuatro ríos, porta la cruz como estandarte de victoria y lo flanquean la Alfa y la Omega.
No queda nunca completo el tema de la Iglesia, si no se habla de su índole escatológica, ya que esta es precisamente su vocación. El pueblo de Dios se entiende siempre como caminante por este mundo, no es de aquí. Restaurado el extravío de Adán con su Pasión y Muerte redentora, nos ha abierto la puerta de la gloria con su Resurrección. Por él, los hijos de la luz amanecen a la vida eterna, los creyentes atraviesan los umbrales del Reino de los cielos; porque en la muerte de Cristo y en su resurrección hemos resucitado todos (prefacio pascual II). La Constitución Conciliar sobre la Iglesia (Lumen Gentium) le dedica el capítulo VII.
La Iglesia, a la que todos estamos llamados en Cristo Jesús y en la cual conseguimos la santidad por la gracia de Dios, no alcanzará su consumada plenitud sino en la gloria celeste, cuando llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas ... será perfectamente renovada en Cristo (L.G.48) ... Porque todos los que somos hijos de Dios y constituimos una sola familia en Cristo, al unirnos en la mutua caridad y en la misma alabanza de la Trinidad, secundamos la íntima vocación de la Iglesia y participamos, pregustándola, en la liturgia de la gloria consumada. Cuando Cristo se manifieste y tenga lugar la gloriosa resurrección de los muertos, la gloria de Dios iluminará la ciudad celeste, y su lumbrera será el Cordero. Entonces toda la Iglesia de los santos, en la felicidad suprema del amor, adorará a Dios y al “Cordero que fue inmolado”, proclamando con una sola voz: “Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, gloria, imperio por los siglos de los siglos (apc.5,13). (L.G.51).
Para entender lo que he querido expresar con lo representado en esta parte, se hace necesario una sencilla explicación de la simbología de las figuras que aquí aparecen:
Los ángeles.
Los ángeles, en actitud de vuelo, como si acabasen de abrir las puertas, recuerdan a los que en el Antiguo Testamento protegían con sus alas el Arca de la Alianza e indicaban el lugar de Dios. También en el arte primitivo cristiano se representarán, en actitud de vuelo, custodiando y mostrando el Crismón. Es de aquí de donde hemos tomado la referencia a la hora de representarlos. Con ellos se indica, al representarlos junto a las puertas de entrada, el comienzo de la vida gloriosa en donde Dios habita, la entrada al Reino de los cielos, al que está llamada la Iglesia.
El Tetramorfos.
Las puertas abiertas con el Tetramorfos (la cuatro formas) son el segundo símbolo a tener en cuenta.
El Tetramorfos es uno de los símbolos más representados en el arte cristiano durante todas las épocas. Su significado es amplio y profundo, y va más allá de la tradición cristiana. En el Antiguo Testamento aparece con la visión del profeta Ezequiel (1,5-27). Sobre ellos se sitúa una plataforma que porta el trono de Dios, el escabel de sus pies. El escabel de los pies de Dios es la Tierra, el mundo terrenal, según la tradición bíblica. Pero esta concepción cósmica de representar a la tierra con el cuadrado a través de señalizar cuatro puntos (unas veces son cuatro vientos, otras los cuatro elementos -tierra, agua, fuego y aire-, otras los cuatro puntos cardinales o incluso a los cuatro temperamentos) no es original del profeta Ezequiel, es patrimonio de las culturas antiguas. Incluso la forma física de los cuatro seres alados podría estar influenciada por las representaciones de los kerubes en la iconografía Sirio-Fenicia.
En realidad el profeta utiliza la visión de los cuatro seres para expresar la cercanía de Dios hacia su pueblo, que ha visto destruida Jerusalén y se encuentra deportado en tierra extraña. Se une la morada de Dios con la de los hombres, como la cúpula arquitectónica se apoya sobre el cuadrado de los muros y sobre sus cuatro ángulos (pechinas), y en el centro irrumpe la gloria de Dios para reconstruir Jerusalén y hacer la renovación de la Alianza con su pueblo, a quien renovará interiormente con un corazón nuevo. Estamos, pues, ante una visión cósmica de la tierra y el universo, expresados en el cuadrado con los cuatro seres -tetramorfos-, y común a las culturas antiguas. Pero utilizada por el profeta para indicar el encuentro salvador de Dios con su pueblo.
En el Nuevo Testamento se repite nuevamente la visión, en el último libro de la revelación, en el Apocalipsis de San Juan. Con bastantes coincidencias en el planteamiento cósmico, pero al que se le añade un elemento nuevo y fundamental en el centro, justo delante del trono del Eterno: Pero uno de los ancianos me dice: “no llores; mira ha triunfado el León de la tribu de Judá, el retoño de David; el podrá abrir el libro y sus siete sellos”. Entonces vi, de pie, en medio del trono y de los cuatro vivientes y de los ancianos, un Cordero , como degollado ... Y se acercó y tomó el libro de la mano derecha del que está sentado en el trono. Cuando lo tomó, los cuatro Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postraron delante del Cordero (Ap.5,5-8). La tierra y los pueblos se postran ante el que ha vencido a la muerte, el Cordero, Cristo. Las puertas del cielo están abiertas.
La tradición patrística ha visto en los cuatro Vivientes, la relación con los cuatro escritores de la Revelación definitiva de Dios en Jesucristo, es decir, con los cuatro Evangelistas. Es San Jerónimo quien especifica con más precisión, la atribución de cada Evangelista a su correspondiente ser viviente de la visión apocalíptica: S. Mateo = forma-hombre, porque presenta en el primer capítulo de su evangelio la genealogía humana de Jesús. S. Marcos = forma-león, porque su Evangelio comienza con la predicación de Juan el Bautista, comparado al rugido del león del desierto. S. Lucas = forma-toro, porque su Evangelio comienza con el sacrificio que oficia el sacerdote Zacarías. S. Juan = forma-águila, porque en su prólogo sabe volar más alto que estas aves, consideradas como las que vuelan más alto. Otros escritores cristianos los ponen en relación con momentos salvíficos de la vida de Cristo, como San Gregorio Magno: S. Mateo = forma-hombre, por la encarnación de Cristo. S. Lucas = forma-toro, por el supremo sacrificio de Cristo. S. Marcos = forma-león, por la Resurrección de Cristo. S. Juan = forma-águila, por la Ascensión de Cristo.
El simbolismo cósmico del Tetramorfos veterotestamentario (del Antiguo Testamento), se une así a la nueva y definitiva Revelación venida del cielo a la tierra, y de una vez para siempre. Las cuatro formas se constituyen en portadores de la nueva Revelación, la tierra ha recibido de lo alto el mensaje de la verdadera renovación, llevada a cabo por el Cordero, que puede situarse en el centro mismo del cielo, en el lugar de Dios. A partir del siglo V se representarán los cuatro vivientes rodeando, unas veces al Cordero, otras al Crismón o a la cruz (Mausoleo de Gala Placidia, s.V, Ravena). Unas veces acompañados de la figura de los Evangelistas (San Vital, s.VI, Ravena), otras llevan ellos mismos los libros de los Evangelios (Capilla arzobispal, s.VI, y San Apolinar en Clase, s.VI, Ravena). Casi en el mismo tiempo, se irá sustituyendo los símbolos de Cristo por su misma representación, y se trasladará la imagen del Cosmocrator y Pantocrator, representada en los antiguos sarcófagos cristianos, al centro del Tetramorfos, con una nueva forma de representar esta visión cósmica: la Mandorla, el punto de intersección de los dos mundos, la unión del cielo y la tierra, es decir, puerta de conexión. Las primeras representaciones de Cristo en Mandorla (al menos las que conozco y las que he investigado), son para representar la Ascensión del Señor a la gloria del cielo (Crismera nº 1 de Monza, s.VI. Fresco de Baonit, Egipto, s.VI. Evangelio de Rabula, año 586). De ahí a los Evangeliarios, a los frontales de altar, a los tímpanos de las puertas de entrada a los templos ... etc.).
El Cordero.
El Cordero es una de las figuras bíblicas que mejor significan la imagen de Cristo, en el se condensan los dos grandes aspectos de la redención: el sacrificio y el triunfo. Desde el Cordero Pascual, sacrificado como alimento para el camino de la liberación, y cuya sangre es causa de salvación para los que han marcado las puertas de sus casas (Ex.12), hasta la proclamación del Bautista, he ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del Mundo (Ap.1,29). Con la Resurrección se manifiesta el triunfo del cordero degollado: se postraron delante del Cordero ... y cantan un cántico nuevo diciendo: “eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos porque fuiste degollado y compraste para Dios con tu sangre hombres de toda raza, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes, y reinan sobre la tierra”... Y decían con fuerte voz: “Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza” (Ap.5,9-12). El Cordero triunfal ha sido colocado en el lugar de Dios, porque él es el centro, el eje de la nueva creación, el principio y el fin, el alfa y la omega. “Mira que hago un mundo nuevo” ... “Hecho está; yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin; al que tenga sed, yo le daré del manantial del agua de la vida gratis. Esta es la herencia del vencedor; yo seré Dios para él, y él será hijo para mí”... Luego me mostró el río de agua de Vida, que brotaba del trono de Dios y del Cordero (Ap.21,6-7;22,1).
Se representa al Cordero sobre un montículo de donde nace el río de agua viva en cuatro afluentes, para significar el paraíso nuevo (el antiguo paraíso, al comienzo de la creación, se situaba entre los cuatro ríos), y la nueva creación que se inaugura con la muerte y Resurrección Cristo. El Cordero se representa arrodillado con la cabeza vuelta a la cruz, para indicar el sacrificio redentor, todo Él es un haz de luz con que ilumina al paraíso: no necesita ni de sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la gloria de Dios y su lámpara es el Cordero (Ap.21,23). Junto a Él se pone la primera y última letra del alfabeto griego, Alfa y Omega, para significar que Él es el principio y fin, el eje de la nueva creación.
Explicados estos tres elementos, podemos llegar a comprender la significación de lo representado, o al menos apuntarla. Una puerta real, la de entrada al templo de los que vivimos en la tierra, otra representada abierta, la del Templo celeste, paraíso y morada de Dios. Una puerta lleva a la otra, la terrenal a la celeste. El camino de la terrenal lleva a la celebración de la fe en la que vivimos y nos llena de esperanza, en la que nos alimentamos y nos unimos en comunión momentánea con los que ya gozan de la glorificación. El camino de la celeste se nos abre por la revelación definitiva de Dios que es Jesucristo (En el principio existía la Palabra ... y la Palabra era Dios ... La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre ... Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único lleno de gracia y de verdad. (Jn.1-), expresada en la Buena Noticia (Evangelio), que nos dejaron escrita los cuatro Evangelistas que se unen al Tetramorfos para expresar la unión de los dos mundos, el terrestre y el celestial, en la nueva y definitiva revelación que es Cristo. Puerta de entrada a la existencia plena de Dios, el que cree en mi, tiene vida eterna. La vida a la que está llamado el Pueblo de Dios, y no solo el Pueblo de Dios, la Iglesia, sino el mundo mismo ha de encontrarse con Cristo, Mediador único entre Dios y los hombres (ITm.2,5), en Él tiene que recapitularse todo lo creado, este es el plan que había proyectado realizar por Cristo, cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra.
Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! ... Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos.
Sabemos, que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es. (IJn.3,2).
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