Este artículo, en reconocimiento a D. José Sáez Pérez, apareció en el número 227-228 de la Revista Excelsior correspondiente a octubre-noviembre de 2000.

La cosa comenzó allá por mayo. Un peregrino miraba con toda atención la fachada de la iglesia, y sacaba fotos.

- ¿Es aficionado al mosaico?, le pregunté.

- Créame, es de lo más interesante que he encontrado desde Roncesvalles.

Me pareció una afirmación sorprendente, cuyo alcance aún no he terminado de ver. Pero, al mismo tiempo, era una palabra halagadora, teniendo en cuenta que uno espera muchas veces esa palabra de reconocimiento, merecido o no, que no termina de llegar, y, cuando llega, te esponja el corazón.

Seguimos la conversación. Dijo que venía caminando desde Roncesvalles, y que era la cuarta vez que hacía el Camino de Santiago.

José, Pepe sin duda para los amigos, es murciano, de San Pedro del Pinatar concretamente, y hombre de mediana edad.

Lleva en su alma el espíritu de peregrino. La próxima primavera piensa volver. Sería interesante saber qué le mueve. No puede ser la simple curiosidad, porque ya es la quinta vez y, además, en sus palabras asoma un alma más profunda; tampoco el afán de huir del trabajo, porque parece ser un trabajador de verdad.

No es de muchas palabras el amigo Pepe, pero son bien medidas. Más bien serio y reservado. Sin embargo, demuestra tener un gran corazón escondido.

Por supuesto le enseñamos nuestro taller de mosaico; allí dejó por un momento su mochila, vio como trabajaban, y charló sin prisas interesándose por todos los detalles, hasta por la máquina de cortar teselas que inventó Santiago Cuervo para nosotros.

Fue un rato agradable. Se despidió para continuar su camino. De nuevo la mochila, y, una promesa: estaré en contacto con ustedes y volveré.

Pasaron un par de meses y un día sonó el teléfono: “soy el peregrino de Murcia. Sigo acordándome de ustedes, de sus mosaicos, y de toda esa buena gente que trabaja horas y horas desinteresadamente, y que lo hacen con esa alegría, con esa satisfacción, y con esa camaradería que me admiró. Yo soy mecánico y, desde que vine de Santiago, he intentado inventar para ustedes una máquina de cortar teselas. ¿ME PERMITE QUE SE LA REGALE?. Si ustedes aceptan, yo mismo iría a llevársela cuando termine de hacerla. Me agradaría poder colaborar de alguna manera en esa magnífica obra".

Confieso que proposiciones de este tipo me las han hecho alguna vez, y, de momento, uno no sabe si está despierto o sueña. ¿Pedirte por favor que ...?. ¿En estos tiempos ...?. Y, sin embargo es así; y es así porque todavía hay gente buena. Gente escondida, que no hace ruido; gente que no dice, pero gente que hace.

No hará aún quince días sonó de nuevo el teléfono: “otra vez aquí el peregrino de Murcia. El próximo fin de semana, si no hay inconveniente, iré a llevarles la máquina”.

Y el viernes por la tarde aquí estaba el amigo Pepe enseñándonos su máquina y el funcionamiento. Con pocas palabras, pero con un corazón que le reventaba de satisfacción.

Uno ha sentido en más de una ocasión la incapacidad de estar a la altura de las circunstancias, y ésta ha sido una de ellas. Y no es el valor material de las cosas, que lo pueden tener y lo tienen alto con frecuencia; es el “detalle”, y el corazón con que el detalle se hace. El montón de horas que ha supuesto terminar la máquina, hacer ochocientos y pico kilómetros para acá y otros tantos para allá, todo el gasto económico ..., no tiene sin duda valor comparado con la satisfacción y el amor que se ha puesto en la obra.

Por eso, hay cosas que no pueden pagarse, y una de ellas es la máquina de Pepe, como también las horas incontables de los que han hecho la fachada, o el sacrificio de quien por las mismas motivaciones llega inclusive hasta más de lo que puede en un momento dado.

Amigo Pepe, gracias; ni siquiera quisisteis tomar un café. Os esperamos, no para pagar, ni para corresponder; os esperamos para compartir la alegría de haberos conocido.

Un abrazo de toda esta gente, y también para María.