Salimos de Astorga en torno a las 8:30 para estar en el tajo hacia las 9. Los de la hormigonera comienzan su labor, mientras se organiza el trabajo de los demás, y cada uno prepara las armas adecuadas. De paso tendremos que decir que lo de la hormigonera fue hasta hace quince días; últimamente tenemos que hacer la masa con la “dimano”, como dice Mito. Una vez más hay que dar las gracias al Sr. Presidente y Junta de Boisán que nos la prestaron, igual que a nuestro vecino que lo había hecho antes; se sabe lo que es la hormigonera cuando no se tiene. Por cierto, ¿saben de alguien que nos vendiera una de segunda mano a buen precio?

A media mañana “tomamos las diez”, como los señores. Las cocineras son expertas en pinchos morunos. Con este refuerzo, el hormiguero de unos que van otros que vienen se reanuda. Uno pide masa, el otro ladrillos, y, hasta ahora allí no había cristiano que encontrara la regla, ni el cortafrío, ni nada en medio de aquel amontonamiento de cosas.

Felipe riñe con Raimundo, como no podía ser menos, “Hoy me tiene indignao”, le dice Felipe; y Mundo con toda suavidad y delicadeza contesta: “don Felipe, vaya usté a la porra”. Copi coloca la tumbona frente a la hormigonera, hasta que oye los improperios que le llegan desde dentro; entonces profundamente arrepentido, saca una silla, se sienta, y, a un metro de la hormigonera sigue sin pestañear sus evoluciones, mientras se recrea ensimismado con la dulce melodía del motor. Santiago, buen discípulo, lo aprendió de un cierto maestro; por eso ahora siempre está “exacto” y “correcto”. José Manuel está en dudas entre seguir con lo de cura o pasarse a la paleta; es buen chico, y aprende mucho. El señor Luis falló cuando Leopoldo, y Leopoldo cuando el señor Luis: ¡qué compenetración entre maestro y pinche! Los últimos días diríase que todos somos destajistas, hay un verdadero furor: las tablas de los carpinteros vuelan por un piso superior invisible, por debajo las calderetas llenas de masa, aparecen y desaparecen andamios, y, si sales a buscar unos ladrillos, no pueden entrar de nuevo porque entre tanto han colocado la puerta del pasillo. El maestro azulejista ya ni pierde tiempo en acercarse a la pared, dice Tomás; desde el centro de la cocina tira el azulejo y queda pegado en su sitio.

De pronto ... una enérgica voz de mando ¡a comer! Nadie osa decir lo contrario. Estamos en los dominios de Blanca y de la señora Lucinda. Aún no han terminado algunos el postre, y ya alguien va camino del andamio, intentando empujar a los demás. La reacción no se hace esperar y la voz del -mejor, de la- que está en sus dominios suena áspera: “Oye, Chigrín, aquí se toma café como está mandado”. Ultimas investigaciones han aclarado la cuestión, y es que al tío pillín no le gusta el café de puchero.

Las tardes en este tiempo, dice el señor Santiago, no dan para nada. Pero se aprovechan aunque sea a la luz de la batería o de la linterna. Los de la hora nona vienen con fuerzas y van echando una mano donde encuentran tajo, como Antonino y Jandri que no pudieron llegar antes. Ya casi es de noche. Rosi saca del maletero una caja llena de sardinas, y aquello huele que alimenta, menos a Saúl que le sigue oliendo a las de Puente en el verano. Por cierto, que Puente no ha ido, y yo creo que teme que Moisés y compañía le hayan macizado de cemento las tuberías. Cerca del final se acaba el vino de la “hernia”, pero nos saca del apuro una botella del de misa, que andaba por allí perdida.

El ruido de los coches, veinticinco kilómetros hasta Astorga, la ducha, y ... hasta el próximo sábado.

Revista Excelsior n.º 110, diciembre 1990.